La decisión de disponer de una pequeña huerta casera expresa el deseo de acercarse a la naturaleza, deleitándose con productos simples y genuinos. Como consecuencia, jamás se hará uso de sustancias que por una parte protegen la vida de las plantas, pero por otra producen la intoxicación de sus frutos. Se evitará, por lo tanto, recurrir al uso de insecticidas químicos, y emplearlos inclusive antes que en la planta se manifieste cualquier infección. Ante todo, la huerta en la casa está menos sometida a los ataques de parásitos que las huertas de campo. El criterio básico es hacer crecer plantas sanas en un terreno sano. Las plantas sanas, en efecto, están menos expuestas a los ataques de los parásitos y a las enfermedades, si las comparamos con otras más débiles, que crecen en terreno pobre.
La primera operación es por lo tanto la de controlar el terreno; la segunda consiste en eliminar las plantas que manifiesten dificultades para desarrollarse, y la tercera, relacionada con esta última, es la de evitar que las plantas estén mal ubicadas. No obstante, y pese a estas medidas preventivas, puede ocurrir que la cosecha esperada, llegue a peligrar. Se podrá intervenir entonces utilizando, como primera solución, los sistemas más inofensivos.
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